Talleres de Ilustratour: “Estamos como en una burbuja en la que lo único que respiramos es ilustración”

Talleres de Ilustratour: “Estamos como en una burbuja en la que lo único que respiramos es ilustración”

Una de las grandes experiencias para un ilustrador en Ilustratour es participar en alguno de los talleres que se organizan en torno a las jornadas. Y lo pudimos comprobar con nuestros propios ojos. Llegamos a Valladolid justo para disfrutar de las últimas horas de tres talleres, los impartidos por Alexis Deacon, Javier Sáez Castán y Sylvia van Ommen y Maurice van der Bij.

La primera impresión ya te la ofrece el edificio en el que se desarrollan estos talleres. El Museo Patio Herreriano y, más aún, los pasillos que hay en torno al jardín central. Había visto algunas fotografías del inicio de los talleres y cuando vi aquellos pasillos con mesas, con gente trabajando, con dibujos y papeles por el suelo, y con las figuras de los “maestros” deambulando de un alumno hasta otro, fue como si llevase allí toda la semana.

El primer paseo fue por el pasillo de la derecha. Me acercaba a las mesas donde los ilustradores trabajaban ante la atenta mirada de Alexis Deacon. A cada paso que daba dejaba atrás dibujos de personajes en color que reposaban en el suelo. Fue sólo una pasada. Más tarde serían varias más.

Marian es una de las ilustradoras que han participado en el taller de Alexis, y ella me cuenta lo que me he perdido. “Quería que trabajásemos, sobre todo, la forma en base al color. Había mucha gente que venía del dibujo y nos dijo: lo primero que tenéis que hacer es manchas de color. Incluso nuestra mente predefine cómo vamos a hacer las manchas de color. Juntamos todas, las pusimos en el suelo, caminábamos entre ellas y elegíamos, nos las pasábamos, hasta juntarnos con muchas en la mesa. Con ellas debíamos crear un personaje. Las manchas eran sólo rojas y amarillas. Luego poníamos los personajes sobre el suelo y hacíamos lo mismo, elegíamos. Con un personaje amarillo y otro rojo en la mesa, Alexis dijo que el amarillo era el protagonista y el rojo era el amigo. Debíamos ahora crear un tercer personaje en color azul, que iba a ser el enemigo, o el personaje que iba a crear conflicto en la historia”.

“Después volvimos a poner todos los personajes en el suelo -continúa Marian-, debíamos elegir uno de cada color que no fueran nuestros. En el grupo-mesa, debíamos crear cuatro historias distintas, otra vez al suelo, y volver a cambiar… era todo una locura. El tercer día por la tarde empezamos a hacer el álbum. Alguna gente lo terminó. Alexis nos comentó que el álbum debía tener 12 páginas abiertas. Sólo debíamos hacer la primera, la de la mitad y la última. Luego, lo que nos fuera dando tiempo. Aprendimos muchísimas cosas en cuanto a cómo definir la energía de un personaje”.

Más tarde conocí a otra chica que había participado en este taller. Paz había venido desde Argentina expresamente para participar en los talleres y en las jornadas de Ilustratour. “Siempre aprendes una nueva manera de enfrentarte a la obra, y de desarrollar color. Ellos saben muy bien cómo orientarte para que sepas terminar un libro. Se llegan a hacer cosas muy bien logradas. Genial la experiencia, estamos acá como en una burbuja en la que lo único que respiramos es ilustración, todo el tiempo, y eso es lo que está bueno”.

Margarita y Mey también han venido desde Argentina. “El hecho de encontrarte con otra gente… Es el segundo año que vengo y vale la pena venir desde tan lejos. Es muy enriquecedor. Uno se va enterando, te entusiasmas, y se conoce lo interesante que es la experiencia.”. Las dos han tenido la oportunidad de aprender de Javier Sáez Castán.

Esta es nuestra siguiente parada en nuestro recorrido por los pasillos del Patio Herreriano. En el ala opuesta a la de Alexis Deacon, nos encontramos a Javier Sáez Castán dialogando con sus alumnos. En este caso vemos muchos papeles marrones con forma de hexágono. Más tarde veremos que dentro de ese espacio es donde los ilustradores han desarrollado la idea que les pedía Sáez Castán.

Al final de este taller, todos se reúnen en una esquina. Colocan sobre el suelo los trabajos que han desarrollado cada uno de los participantes. Se colocan como abrazando esas creaciones esparcidas por el suelo y, enfrente, Sáez Castán que comienza a analizar estos trabajos y, por supuesto, a dar consejos. Yo no he asistido al taller, pero por el ratito que he podido escucharle, ha conseguido engancharme. Al final del taller, cuando Javier se despide, los alumnos le entregan un regalo. Se trata de un ‘librito’, cómo no, con forma hexagonal. Dentro, cada alumno, protagoniza una de sus páginas.

“Es un regalo pequeño, pero muy grande”, asegura Sáez Castán, que cuando le pregunto por lo que ha pretendido explicar a sus alumnos me cuenta que “los álbumes ilustrados son poliédricos, tienen muchas facetas, muchos lados. Yo pretendía que trabajásemos desde uno de ellos, la secuencia, la relación que hay entre ellos.”

No menos sorprendente es el tercer taller que visito. En este caso subo hasta la biblioteca. Cuando llego a la sala, al fondo, veo las mesas iluminadas, la gente trabajando en ellas y fuera de ellas. De momento no sé quiénes son los profesores y quiénes los alumnos. Me acerco hasta una ilustradora que conozco, Adribel.

Ella me cuenta que han estado trabajando en torno a la figura de la piedra (una piedra que es real, y que preside en el suelo el camino que me ha llevado hasta ella).

Sylvia van Ommen y Maurice van der Bij les han pedido que creen un álbum ilustrado a partir de esa piedra y que, para ello, utilicen los materiales que hay por el suelo (vemos muchos periódicos y revistas).

Adribel me enseña su trabajo, es realmente estupendo, y me reconoce que, lo que ha hecho, es muy diferente a lo que ella suele hacer. Al principio estaba más perdida, pero se alegra mucho del resultado, precisamente por eso, por lo diferente que es.

Pero me presenta a otros compañeros que me muestran el suyo. Cada uno diferente, a su estilo, pero con un punto coincidente, el de partida, la piedra.

Angélica me enseña su “cuento” sobre la piedra de un volcán, y Sole me muestra su propuesta, en la que un hombre se convierte en piedra, hay muchas más, y todas ellas muy buenas.

Hemos vivido el proceso, pero cuando se juntan todos los trabajos y se exponen en la biblioteca, los de los tres talleres, me doy cuenta de que sólo había visto la punta del iceberg, y que el trabajo desarrollado en esa semana va mucho más allá.

El resultado es, en la totalidad de los casos, muy bueno, como lo atestiguan los trabajos expuestos.

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